15 de Septiembre – Jodhpur, la ciudad azul del Rajastán
Llegamos a la estación de Jodhpur todavía de noche y nos damos cuenta por primera vez de lo que es una estación de trenes india de una gran ciudad. Tras haber visto la de Delhi Rohilla, BIkaner y Jaisalmer, esta última se asemejaba más a lo que veríamos días después en Varanasi, Delhi o Agra. Nada más salir al andén la cantidad de gente que hay por allí es infame. Pero si es todavía de noche, no se han puesto ni las calles! Gente durmiendo por los suelos que prácticamente la tienes que ir esquivando, vacas en la misma vía del tren, vendedores de chai gritándote en la oreja que venden chai, otros lavándose los dientes, haciéndose la pedicura, es todo un espectáculo…
Después de sobrevivir a subir las escaleras con el macuto a cuestas y sin abrirnos la cabeza en canal, salimos a la calle y empieza la invasión de los tuktukeros. Tras unas cuantas milongas y algún que otro vacileo conseguimos que nos lleven al hotel por 30 INR. Por el camino, nos damos cuenta que Jodhpur nada tiene que ver con la “tranquilidad” de Jaisalmer. Está apenas amaneciendo y se escucha música a toda pastilla por todos lados, los templos llenos de gente rezando, mucho más tráfico y sobretodo mucha más suciedad. En cualquier caso, a pesar de que antes de viajar no sabíamos que nos parecería, nos dábamos cuenta que sí, efectivamente nos estaba gustando y mucho la India.
Llegamos entre una maraña de callejuelas azules al hotel, ya estábamos dentro de la ciudad antigua. El alojamiento elegido se llamaba Cosy Guesthouse una de las tantas casas azules de la ciudad de Jodhpur, situada en una callejuela estrechísima de la zona de Navchokiya y no muy lejos de la puerta de Fatehpol del fuerte de Mehrangarh. Nada más llegar, vimos unas cuantas habitaciones y elegimos una por 600 INR. Las habitaciones eran antiguas aunque limpias y sencillas, como cualquier pensión de la India. La guesthouse tiene una bonita terraza con una vista preciosa del fuerte y los alrededores donde se puede comer barato.
Tras descansar un rato, salimos a la calle principal y nos pusimos en marcha en dirección al mercado de Sardar, o eso es lo que intentamos. El nivel de basura de Jodhpur era importante, mucho más que lo visto hasta la fecha pero eso no impedía apreciar el encanto de todo el entramado de callejuelas con sus pinturas, templos y tiendas. Una imagen que nos impactó fue ver a más de uno lanzando la basura por la ventana de su casa, directamente a la calle desde bastante altura. El ambiente era de muchas idas y venidas, los comerciantes en pleno apogeo a esas horas de la mañana con sus carromatos llenos de fruta y verdura. Como siempre las vacas molestando a los presentes y los tuk tuk y las motos a toda velocidad sin discreción.
Al no existir la acera es toda una aventura realizar fotos, a la vez que uno camina intentando esquivar todo esto. En uno de esos momentos en los que uno va intentando ver todo lo que le rodea pero no mira al suelo, fui tan afortunado de meter el pie donde no debía. Cuando quise darme cuenta ya era demasiado tarde y había hundido el pie hasta la mitad de la tibia en un canal de aguas fecales, que divertido! La primera reacción, a pesar que por dentro maldije todo, fue de reírme y por supuesto Ely tuvo que inmortalizar el momento. Los simpáticos indios que por allí pasaban, como no, se reían del extranjero de turno pero como lo importante es reírse de uno mismo, nos echamos unas risas y seguimos hacia delante. Como caída del cielo, a pocos metros había una pequeña fuente en la que pude limpiarme e ir más cómodo. La cantidad de agujeros y canales de este tipo que hay es innumerable, hay que ir con cuidado viendo donde se pisa.
Decidimos dejar la calle principal e ir intuitivamente hasta el mercado por las callejuelas. Por aquí nos pasó de todo un poco, perros rabiosos que nos persiguieron, calles sin salida, personajes que nos advertían que ir por allí era peligroso, etc… Finalmente volvimos a salir a la calle principal del mercado de Sardar con más o menos esfuerzo y un calor de narices. Por allí, aún había más bullicio y se vendía todo lo que uno pueda imaginar, hojalata, comida, ropa, herramientas… incluso un buen hombre que con cartel en mano vendía matarratas.
Habíamos llegado al a nuestro objetivo donde una puerta te da la bienvenida con la famosa Torre del Reloj de fondo. Lo que es el centro del mercado ocupa el cuadrado que se forma alrededor de la Torre del Reloj, pero desde mucho antes por los alrededores y calles anexas hay comercios sin fin. Los más llamativos son los puestos de frutas y verduras desconocidas en occidente o las montañas de especias de colores. Numerosos también son los puestos de hojas de betel con especias, muy típico por todo el país. En una hoja de esta planta meten tropecientas mil cosas y una vez empaquetado todo se deja en la boca formándose una pasta/líquido rojo bastante asquerosillo pero con propiedades medicinales.
Nos entretuvimos viendo un rato las bonitas vistas que desde aquí hay al fuerte de Mehrengarh imponente sobre toda la ciudad, pero el cuerpo nos pedía un respiro y decidimos dárnoslo tomándonos uno de los mejores lassi del viaje. En la misma plaza del mercado, justo al lado de lo que parecía una concentración de barberos afeitando a pie de calle, encontramos lo que veníamos buscando, el Shri Mishrilal Hotel. En este local tan concurrido podemos encontrar unos mega vasos de lassi buenísimos por 30 INR, con el trocito de esa especie de requesón por encima que tanto gusta. El lugar está a reventar y los indios salen y entran rápidamente. En el momento que fuimos saciamos su curiosidad con esas miradas inquietantes y sin miramientos que sólo saben hacer ellos, ya que no entenderían que hacían aquella pareja de guiris por allí. El sitio es guarrete no nos vamos a engañar, el camarero viene con el dedo metido en tu vaso de lassi y en el de cuatro más, pero me da igual está buenísimo jaja.
Nuestra siguiente parada sería el fuerte de Mehrengarh que prácticamente se ve desde cualquier punto de la ciudad asentado sobre una gran roca a más de 100 metros. Siguiendo el intrincado de callejuelas fuimos a parar hasta los pies de la fortaleza justo donde empieza el camino que sube hasta la entrada. Allí nos encontramos con un curioso personaje que se autodenominaba “Zapatero” en honor al expresidente del PSOE según él. El tío en un más que correcto español nos intentaba llamar la atención con una carta de su “restaurante” que no era otro que su propia casa situada justo detrás, pero seguimos caminando. El tío no dándose por vencido nos siguió, pero esta vez con un libro donde tenía una gran colección de billetes de todo el mundo para ver si teníamos alguno que le faltase. Ya que nosotros también coleccionamos monedas y billetes del mundo no pudimos resistir la curiosidad y le echamos un vistazo, la verdad es que era genial tenía de todos los sitios. Nos vino de nuevo vendiéndonos la vaina del «restaurante» con mucha gracia, diciendo que era muy barato y que su madre cocinaba unos platos “de puta madre”. El caso es que nos cayó bien y viendo que no era para nada caro le dijimos que ya volveríamos luego tras la visita al fuerte.
Seguimos nuestro camino hacia arriba con un calor insoportable y entre foto con aquél y el otro llegamos a la entrada por Jai Pol o “Puerta de la Victoria” para alquilar los audioguía, quizás de los mejores que hemos probado. Más adelante se pueden ver las marcas de los cañonazos en la muralla y se va subiendo por un recorrido serpenteante admirando la ciudad azul a los pies y las murallas que llegan a medir más de 30 metros. Curiosa la puerta llamada Loha Pol que era la entrada original del fuerte y todavía conserva las puntas de hierro que se utilizaban para no permitir entrar a los elefantes. Justo al pasar esta puerta también se ven las siluetas de las manos de las concubinas del marajá, que siguiendo la tradición del sati se inmolaban lanzándose a la pira funeraria cuando quedaban viudas de éste.
Una vez arriba se accede a lo que viene a ser el museo o el interior del fuerte. Dentro de este se puede acceder a diversos patios llenos de fachadas con celosías muy bonitas sobretodo la de Shringar Chowk o el Patio de las coronaciones. Aquí hay diversas galerías con varios de los palanquines reales o parte de la armería con varios sables y armaduras. Otro de los salones más bonitos es el Sheesha Mahal o Sala de los espejos donde toda las paredes están forradas de un mosaico de espejos de pequeña medida. A medida que se avanza se va saliendo al exterior disfrutando de las vistas de la ciudad y de otro gran monumento, el Jaswant Thada. Se trata de un palacete blanco con varias cúpulas que se sitúa al lado de un lago.
Otros bonitos salones son el Phul Mahal o Palacio de la Flor, el Moti Mahal, los Takhat Vilas o la Gran Zenana todos y cada uno de ellos con dorados decorados y coloridos ventanales que te transportan a la época de los marajás. Al final se llega a la muralla exterior donde apuntan una hilera de cañones hacia la ciudad y se puede disfrutar de las vistas de todo el centro. Las fachadas azules se suceden una tras otra y desde las alturas uno parece olvidar el caos que reina abajo.
Ya tan sólo nos quedaba descender a la ciudad por el mismo lugar y ya que el hambre apretaba pararíamos a comer donde nuestro amigo “Zapatero” a ver que se contaba. El tio nos vio venir desde el fondo de la calle y ya le dijimos que como somos de palabra, subiríamos a comer como le habíamos prometido. Él seguía con su rollo que hablaba español “de puta madre” y que comeríamos “de puta madre”, no sabía decir otra cosa. Nos acompañó dentro y subimos las varias plantas del edificio azul hasta llegar a la terraza. Por el camino nos iba saludando la abuela, la madre, los niños y tantos otros que seguían con sus quehaceres diarios. El sitio no es de relumbrón ni mucho menos pero es agradable, baratísimo y estaba bueno. Los thalis a partir de 35 INR! Lo hace llamar Acharya Restaurant y por no salir, no sale ni en Tripadvisor.
Continuamos la tarde con algunas compras por la zona del mercado y la finalizamos en la terraza de la guesthouse para disfrutar de un bonito atardecer con el fuerte de fondo. Nos quedaba otra noche que pasar en Jodhpur, pero tan sólo para levantarnos casi de madrugada y tomar el tren que nos llevaría a una de las ciudades más sagradas de la India: Pushkar.
16 de Septiembre – Ghats y camellos en Pushkar
Llegamos al amanecer a la estación de trenes de Jodhpur para volver a batallar con el trajín de gente que se mueve en cualquier estación india que se precie. Como siempre un espectáculo, podemos afirmar que es el viaje donde más hemos disfrutado viajando en tren (salvo el trayecto Varanasi – Delhi que ya vendrá) y viendo las infinitas imágenes fotografiables curiosas para cualquier occidental. Un personaje se lavaba los dientes allí en medio durante un tiempo inmemorial, como si le fuera la vida en ello. Otros pasaban grandes paquetes por la vía con el tren a escasos cientos de metros y tan tranquilos. Los vendedores de chai seguían reventándote el tímpano cuando tú te habías recién levantado, gritándote al oído por si no les habías visto…
Fue aquí donde probamos la experiencia Sleeper Class por primera vez. Nos esperaba un trayecto diurno de Jodhpur hasta Ajmer, esta vez sentados en los sillones que hacen a la vez de cama durante las noches. La única diferencia de la sleeper es la falta de aire acondicionado, que se sustituye con esas características ventanas abiertas con barrotes para que no te escapes. A pesar de que haga calor, con el aire del tiempo que entra por la ventana ya se tiene bastante.
Al llegar a Ajmer y salir de la estación se tiene que cruzar la carretera de enfrente para intentar coger uno de los buses que te llevan directamente a Pushkar. Esto es una ardua tarea que no conseguimos realizar. Esperando en la parada al bus con la piel semi derretida por el calor y los pulmones llenos del polvo que por allí se levantaba, conocimos a un indio que con su mujer e hijos esperaba el mismo bus que nosotros. La verdad es que vinieron dos buses en una media hora y decir que no cabía ni un alfiler es quedarnos muy pero que muy cortos. Imposible que entrara nadie! Al ver el panorama el indio nos llama desde un tuk tuk y nos dice que vayamos con ellos, que quizá en la estación central hay más buses. Entre el fragor de tanta gente empujando nos metemos en la parte trasera del tuk tuk como podemos y el pobre vehículo, con siete personas dentro apenas tira. Llegamos a la otra estación y el indio le da 10 INR y nosotros otras 10 INR, 20 bonitas rupias para el tuktukero, que vivan los Indian prices!
Aquello era una locura, nuestro improvisado amigo nos enseña las taquillas donde una marabunta de gente intenta comprar billetes intentando pasar a codazos por 12 INR para ir hasta Pushkar, realmente baratísimo. Recibo en cara, costillas y demás lo que no está escrito, aunque tampoco me quedo corto y reparto lo que puedo. Justo cuando me toca comprar y desquitándome de una pobre anciana agresiva, logro tener contacto visual con el taquillero que con su índice me señala el bus que queremos. El maldito bus va lleno hasta las trancas y se dispone a salir de la estación, con lo cual me voy de allí maldiciendo todo… a tomar por c….! Tras conseguir salir de aquel atolladero de gente, salimos de la estación y preguntamos a alguno de los taxis que por allí rondan cuanto nos cobrarían por llevarnos a Pushkar. Apalabramos 300 INR con uno de ellos que comparadas a las 12 INR que valía el bus son una fortuna. En cualquier caso al cambio no llegan ni a cuatro euros así que viendo las pocas soluciones a la vista aceptamos.
Llegamos tras una carretera llena de curvas a la tranquila Pushkar que nos recibe con un ambiente apacible como en Bikaner. El bueno del taxista que nos juraba que conocía nuestro hotel, acaba preguntando donde está a algunos lugareños y tras perderse un poco por el centro, acaba encontrándolo en una estrecha callejuela a escasa distancia del lago. El lugar en cuestión se llama Hotel Paramount Palace, que no deja de ser una guesthouse como las tantas que hay por allí. Acordamos un precio de 600 INR por una habitación de las que tienen terraza y la verdad que las vistas del lago y las calles del centro valen la pena. La habitación era espaciosa, con la limpieza mínima necesaria que requiere cualquier guesthouse de India que se precie: algunas manchas en las sábanas, algunos pelos sueltos en el baño… Vamos lo que llevábamos viendo todos los días, así que pa’lante! Dejamos el equipaje y bajamos para la recepción, donde en un pequeño jardín hay un montón de tortugas terrestres que por allí rondan.
Nada más salir en la misma calle nos encontramos con varias jeringuillas usadas por el suelo que alguien amablemente habría tirado por allí. El nivel de limpieza es nulo, inexistente, hay que ir mirando por donde uno pisa porque en según qué calles da hasta miedo. Nos damos cuenta que estamos a tiro de piedra de la calle principal que rodea el lago. Paseamos durante un rato viendo puestos y personajes variopintos de barbas largas, sadhus y demás parafernalia.
Se acerca la hora de comer y acabamos en un restaurante tibetano, el Little Tibetan garden. Muy recomendable, todo muy bueno, barato y de cantidades abominables sobretodo las sopas. Como en toda la ciudad sagrada de Pushkar no se sirve carne, pero en cualquier caso uno no se queda con ganas de más. Está entrando a un patio interior en la misma calle principal.
Ya por la tarde seguimos recorriendo la Sadar Bazaar, que así es como se llama la calle principal donde todo se mueve. En un momento dado en el que paseamos tranquilamente, noto un golpe terrible donde la espalda pierde su nombre, a la vez que un dolor atroz. Y no sólo eso, sino que además en un segundo noto que algo levanta mis escasos 70 kg de peso varios centímetros del suelo. ¡¿Pero todo me tiene que pasar a mí?! Cuando acaba de divertirse conmigo me doy la vuelta y veo la cara de la maligna vaca que me acaba de apartar de su camino. Sigue a paso tranquilo y con cara de pocos amigos, yo le molestaba y simplemente me ha apartado como obstáculo que era. No puedo evitar reírme de la situación pero me tiré dos días con el culo dolorido.
Entramos al lago por las escalerillas del Varah Ghat, a priori uno de los más importantes, aunque una vez dentro del lago todos se ven más o menos iguales. La escena es realmente mágica. El lago a orillas de toda una hilera de fachadas blancas y un indio tocando el tambor en una especie de templete. Al mismo tiempo cientos de palomas prenden el vuelo. La gente se baña tranquilamente en los distintos ghats y el ambiente que se respira la verdad que sobrecoge. De fondo se ve la montaña, al otro lado de la ciudad, donde está el Templo de Saraswati y que si se camina hasta allí durante una hora, se puede disfrutar de magníficas vistas de Pushkar.
Decidimos pasear deshaciendo el camino recorrido hasta Varah Gath, pero esta vez por el interior del lago e ir viendo todos los ghats. Cualquier escena es curiosa, las ardillas están por todos lados y se pelean por un trozo de trapo y las vacas intentan bajar las escalerillas de manera torpe. Los indios entran y salen del agua y nosotros nos dedicamos a observar caminando descalzos como lugar sagrado que es.
Llegamos a Gandhi Ghat donde en su día se esparcieron las cenizas de Gandhi. Aquí hay una pequeña mini isla con una especie de templete. Nos encontramos con más buscavidas que te venden hasta a su madre: los vendeflores, los que piden un donativo etc, pero con no hacerles caso basta. La ciudad a pesar de ser pequeñita nos ha encantado hasta el momento. Decidimos ir a disfrutar del atardecer hasta el Sunset Café que aunque no entramos nos quedamos por allí sentados en las escaleras. El Sol empieza a bajar y se disfruta de una maravillosa vista de todo el lago y sus ghats. Otro indio nos deleita tocando el tam tam lo que produce una atmósfera única. En un momento dado un niño nos viene haciéndonos trucos de magia y hace desaparecer cosas delante de nuestras narices sin saber cómo. La verdad es que nos hace gracia pero mejor no dar limosna alguna.
Muy cerca de allí nos pasamos por el templo de Vishnu en el que no dejan entrar a extranjeros, pero desde la entrada se puede admirar la torre con motivos de todo tipo. Tras unas fotos nos indican amablemente que despejemos de allí la zona y nuestra presencia les molesta demasiado. El Sol cae y nos vamos caminando hasta el templo de Brahma, uno de los pocos dedicados a este dios hindú en el mundo y quizá el más famoso de la ciudad. La entrada está atestada de gente y sabiendo que ni siquiera dejan hacer fotos decidimos no entrar. Continuamos por la zona que está llena de puestos locales, camellos que pasean con sus grandes pasos y olores de todo tipo hasta que nos da la noche.
Salimos disparados de vuelta al hotel, decidimos parar a cenar en Out of the blue ya que comienza a llover fuerte y nos queda justo al lado por si acaso. El lugar es variado aunque enfocado para occidentales, pero al menos estamos a resguardo comiendo algo. De repente, la luz de toda la ciudad se va, algo que ya habíamos escuchado que pasa frecuentemente en India. Nos asomamos a la terraza del restaurante y la riada que inunda la calle es enorme llevándose todo por delante.
Fue la única vez que nos llovió en todo el viaje, pero de qué manera! Tuvimos que esperar un buen rato hasta que calmó la cosa y volver en un periquete al hotel. Al día siguiente, seguiríamos disfrutando de la ciudad y nos quedaba un curioso viaje hasta Jaipur.
17 de Septiembre – Con los langures en Pushkar
Nada más levantarnos y mirar por la terraza observamos el templo que se sitúa justo en frente del hotel. Vienen desde lejos y tienen la cara negra y en un santiamén han ocupado los alrededores. Son los langures que tanto queríamos ver y revolotean por todos lados. Cerramos las ventanas y nos vamos a desayunar a la terraza de arriba del todo, aunque al final acabamos desayunando de pie porque nos deleitamos con sus cabriolas. Acaban ocupando el hotel a pesar de los inútiles intentos de un empleado por echarlos de allí. A nosotros nos encantaba su presencia!!
Nos vamos hacia el lago para hacer un paseo mañanero. Es temprano y muchos hinduistas toman su baño matutino aunque no hay tal cantidad de gente como la tarde anterior. Más o menos en el centro del lago nos encontramos con otra gran banda de langures, al parecer han venido a darnos la bienvenida hoy. Al estar acostumbrados a la presencia humana no se asustan en absoluto, más bien al contrario aunque no tienen tanta cara dura como sus compañeros los macacos. Los pequeños hacen cabriolas varias y el resto se afana por comer los restos de pan que alguien de por allí les tira. La verdad es que son los reyes del mambo.
La siguiente visita fue el templo Gurdwara de la ciudad, es decir el templo sij. Sin guardar la espectacularidad de su hermano de Delhi es bastante parecido aunque mucho más pequeñito. Al salir de aquí vimos una imagen que nos quedó marcada viendo hasta que punto las vacas son veneradas. Como vimos en algún que otro sitio, la gente les lleva en capazos comida y pasto sobrante para repartirlo en las calles y que se alimenten. Fue aquí a la salida del templo sij donde tenían todo un auténtico buffet libre. Unos metros más adelante una camioneta de la basura transportaba los cadáveres de varios perros que malviven en la calle como pueden. Se nos cayó el alma.
Lo que nos quedaba de mañana lo dedicamos a pasear y a realizar compras ya que no está nada mal Pushkar en cuanto a precios. Comimos en el Rainbow restaurant donde probamos el Makhanian Lassi algo sublime, con anacardos y granada. Lástima que sólo lo encontramos aquí en todo el viaje.
Recogimos las mochilas y nos teníamos que dirigir a la estación de autobuses Governamental station para partir hacia Jaipur. El encargado del hotel nos hizo una jugarreta que no nos gustó nada. El tema es que los tuk tuk no pueden entrar a las calles del centro y por allí no se veían, con lo cual nos propuso llamar a uno. Sabíamos que la estación estaba lejos pero no a cuanto exactamente. Él nos dijo un precio de 80 INR del cuál no se bajaba y al final aceptamos. La verdad es que sí estaba lejos pero nada del otro mundo, con lo cual descubrimos que las 80 INR eran excesivas… con una caminatilla se podría haber llegado aún con la mochila a cuestas.
La tarde se nos pasó en un largo trayecto en un bus roñoso con especímenes de toda calaña. El precio fue de 123 INR con una parada en Ajmer, aunque se puede tomar el bus privado directo por 180 INR. Llegamos ya de noche a lo que nos pareció una gran urbe muy sórdida. En la misma estación nos avasallaron incontables tuktukeros y fue por eso que decidimos preguntar en la taquilla de “prepaid” que a su vez hace de Oficina de Turismo. Nos dicen que 40 INR pero casi riéndose en nuestra cara. Nos ponemos a negociar con los tuk tuk de por allí y cuando ya teníamos un precio acordado con uno y estábamos parapetados en el minúsculo vehículo el tío, va y nos dice que le tenemos que dar más pasta. Fue tal el cabreo que salimos y nuevamente como otras veces, antepusimos el orgullo hasta que conseguimos que nos dejara el precio inicial y justo, 20 INR. Realmente la diferencia es una miseria pero si uno se deja tangar cada día en varias cositas pequeñas como esta, al final se acostumbran y acaban cogiéndote el brazo por todo.
El tuktukero nos dejó en el Hotel Pearl Palace, recomendadísimo en todas partes y situado en una zona más tranquila pero céntrica. Para nuestra desgracia, nos atendieron muy bien pero no quedaban plazas y en plena noche las alternativas que teníamos estaban lejos de allí. El tuktukero nos esperó en la entrada deseoso de que le hiciéramos caso para ir al hotel donde él se llevase comisión. Entramos en el de justo en frente del Pearl Palace, el Chitra Palace, una vergüenza de sitio y de dueño. Nos enseñaron habitaciones sucias, llenas de botellas de cerveza, pequeñas y encima no se bajaban del burro de 600 a 1000 INR según la habitación.
Decidimos ponernos a caminar y en la misma esquina de la calle encontramos a otro palace, esta vez el Sunder Palace se llamaba. No lo conocíamos pero nos gustó mucho. Habitaciones amplias, limpias, bonita decoración… vamos un hotel con todas las de la ley pero eso sí, precio fijo de 900 INR. Por no buscar más nos quedamos aquí y no nos defraudó. Antes de ir a la cama fuimos a cenar al restaurante terraza Peacock del Pearl Palace que habíamos dejado a escasos cinco minutos a pie. Corroboramos las buenas críticas que tiene, a pesar de gastarnos 670 INR, algo más que de costumbre, ya sabíamos que es un sitio de precio medio pero de calidad y riquísimo. El thali no vegetariano (por fin!!) estaba tremendo y los camareros muy atentos te explicaban todos los platos a elegir. Esa noche dormimos como reyes, aunque lo nuestro nos había costado. Al día siguiente teníamos que aprovechar al máximo el que sería nuestro único día en Jaipur.
18 de Septiembre – Luces y sombras en la caótica y rosa Jaipur
La misión para ese día era nuevamente la de batallar duro para encontrar a un tuktukero que nos llevase por los principales puntos más alejados de la ciudad por un precio razonable. Tras un buen rato, encontramos a uno que nos llevaría al fuerte de Amber, Jal Mahal, Templo Galwar Bagh o templo de los monos y Gaitor o cenotafios reales por 450 INR, más o menos lo que habíamos visto en algunos comentarios.
La primera parada fue Galta el templo de los monos, pero nos extrañó muchísimo llegar tan pronto cuando paramos cerca de una de las puertas rosas exteriores de la ciudad. En la entrada había los niños y no tan niños, que te comentaban lo peligrosos y monstruos que pueden llegar a ser estos simpáticos animales así que te acompañarían con palito en mano para ahuyentarlos. Les dijimos amablemente que no haría falta y que ya nos las apañaríamos. Comenzamos a subir con un calor terrible una larga cuesta por donde empezaron a aparecer los pequeños mequetrefes por todos lados. Nos encanta el ruido que hacen con la garganta parece que se cachondean de ti. Grandes y pequeños revoloteaban al lado de perros, vacas, cabras y reposaban en las murallas disfrutando de la vistas.
Ibamos subiendo y por allí no veíamos ningún templo, hasta llegar a una cima con una magnífica y bonita vista de la ciudad de Jaipur. ¿Dónde estaban los estanques de agua que habíamos visto en las fotos? Preguntamos por allí y resulta que lo que teníamos en frente era el Templo del Sol o Surya Mandir que se encuentra en un pico a más de 100m sobre la ciudad rosa. Para llegar al templo de Galta nos señalaron una largo camino pedregoso bajando esa montaña y al fondo del todo se veía el templo de Galta con sus estanques. Decidimos no llegar porque no nos daría tiempo a ver el resto de cosas y habíamos visto ya bastantes monos, pero nos quedamos con las ganas de ver el templo. A cambio pudimos ver una congregación de sadhus que todaban buena música allí en el templo del Sol, algo es algo. Tiempo después ya en España comprobamos que existe otro acceso cercano a Amber para llegar hasta Galta y desde allí, si se quiere pegarse la pateada hasta el Templo del Sol.
Tras eso fuimos al Fuerte de Amber, imprescindible en cualquier visita a Jaipur. El inmenso fuerte de color amarillo pastel se eleva cercano a un lago como si saliera de una roca al estilo del de Jodhpur. Para subir hasta la entrada un camino serpentea la ladera y los elefantes hacen de taxi para aquellos que quieran. La verdad es que disfrutamos viendo a los paquidermos, pero subimos a pata a pesar del calor que hacía.
Llegamos hasta Jaleb Chowk, el patio principal donde se compra la entrada y desde donde se continúa hasta el palacio principal. El ticket cuesta 200 INR o 100 INR si se lleva carnet de estudiante, cosa a destacar. Desde el patio se puede observar la fortaleza de Jaigarh que a través de sus murallas y torreones circunde las montañas de alrededor de Amber. Por la magnífica Ganesh Pol se entra al palacio principal donde se suceden patios y jardines, como la Sala de Audiencia Pública o Diwan-i-am. Tras ver las columnatas y mosaicos de cristal que esconde Amber volvimos por el mismo camino para continuar nuestra ruta.
De camino de nuevo a la ciudad de Jaipur, paramos en Jal Mahal o Palacio de las Aguas que reposa plácidamente encima del lago Man Sagar y continuamos hasta los cenotafios reales de Gaitor o eso creíamos. Al llegar a los cenotafios no nos sonaban nada con las fotos que recordábamos haber visto. Sí, eran cenotafios y muy bonitos pero no exactamente como lo que teníamos en la mente. Nuevamente el tuktukero rancio nos había engañado pero no nos dimos cuenta hasta comprobar con las fotos en nuestra vuelta, que se trataban de los cenotafios reales de las maharanís.
Con la mosca detrás de la oreja le dijimos que nos dejase en un punto intermedio de la ciudad rosa, en una de las tantas puertas en forma de arco que dan la bienvenida al caos del centro. Fuimos andando hasta el palacio de los Vientos o Hawa Mahal intentando sortear el tráfico sin morir en el intento, en un ejercicio estresante de cuerpo y mente. A pesar de las críticas que tiene este palacio por estar en medio del caos, la verdad es que es precioso. La fachada de cinco pisos de arenisca rosa con las tropecientas ventanas es digna de admiración.
En la rotonda cercana al palacio se lió una gorda al llegar una especie de comparsa con Ganesh encima de una caravana. La música a todo volumen con la gente subida encima de los coches y el resto queriendo pasar, se formó un cúmulo de humo, gritos, ruido y gente que por un momento nos iba a estallar la cabeza como un melón. Proseguimos nuestro camino recorriendo los bazares del centro, distribuidos más o menos según lo que se venda, en general se encuentra de todo. Todas las tiendas alineadas una tras otra en edificios todos de color de rosa con su rótulo escrito en sánscrito. Johari Bazar, Tripolia Bazar o Kishanpol Bazar son algunas de las calles/bazares principales del casco antiguo aunque cualquiera sirve para encontrar lo que se busca. Optamos por no ver el Jantar mantar y el Palacio de la Ciudad que se encuentran a pocos pasos del Palacio de los Vientos entrando por la Puerta de Tripolia.
Llegaba la hora de comer y fuimos hasta Mi Road, una de las calles principales de la ciudad. Decidimos entrar en el restaurante Surya Mahala ya que no teníamos ningún sitio apuntado por aquí y se situaba justo en frente de donde iríamos luego, el archiconocido Lassiwala. El Surya estuvo muy bien aunque algo más caro de lo que llevábamos pagando: thalis a partir de 180 INR y dosas a partir de 110 INR pero todo buenísimo. No había extranjeros pero todos los hindús que habían eran hombres de negocios o familias de bien, un lugar un poco más refinado para el restaurante indio medio.
Cruzamos la carretera y justo en frente como ya hemos dicho estaba el Lassiwala, rodeado de otros tres locales que intentan suplantarle el nombre y que seguramente harán un lassi muy bueno, pero que por lo que sea no tienen la misma fama. A decir por la cantidad de indios que iban a tomarse un lassi a Lassiwala supusimos que su fama estaba bien merecida. El verdadero es el que tiene un cartel negro con letras blancas y pone “since 1944” y justo a su lado hay un callejón. Había tres tíos dándole a la máquina de lassis sentados en un trozo de suelo, el local no tiene más. Por 30 INR nos pedimos uno de los grandes y sí señor, la verdad es que está cojonudo, a la altura de las expectativas. Aunque ellos la tiren como si fuera un vaso de plástico, la copa de arcilla donde te sirven el lassi te la puedes llevar de recuerdo y así ya se tiene un curioso souvenir del viaje.
De camino al hotel pasamos por el famoso cine Raj Mandir que proyecta películas de Bollywood. Sólo lo vimos por fuera ya que nos pillaba de paso, pero la anécdota curiosa del lugar nos sucedió con una rata que allí se encontraba. Justo en la entrada había como en tantos otros sitios, una alcantarilla abierta y llena de aguas fecales hasta arriba. Una pobre ratita había caído dentro y no era capaz de salir y en cuanto la vimos chapotear sin éxito decidimos ayudarla. El segurata de la entrada se acercó al vernos con una rama de dos metros que pillamos por allí cerca, sin saber que pretendíamos. Fue poner el palo en el agua y el simpático roedor se aferró para ponerse a salvo. En cuanto la sacamos de su atolladero desapareció entre la maleza echándonos un último vistazo de agradecimiento. Hasta el segurata y los tuktukeros que allí se arremolinaban no pudieron contener la risa e incluso uno de ellos soltó un: “So sweet!”. Misión cumplida ya nos sentíamos un poco mejor.
A pesar de haber visto un poco rápido la ciudad de Jaipur, nos hicimos una idea general, aunque no nos hubiera importado estar un medio día más por lo menos. Ya sólo nos quedaba volver a la estación y coger el tren hacia Agra que saldría con una horita de retraso. El viaje transcurrió sin problemas con muchísimos vendedores que ofrecían mil y una cosas distintas para comer y beber. No te quitas de la cabeza el grito de “Chaaaaaiiiiiiii!!!” hasta tres meses después de volver del viaje.
Al llegar a la estación de Agra Cantt ya bien entrada la noche, el panorama no era muy halagüeño y apenas unos cuantos tuk tuk ofrecían sus servicios. Habíamos tenido la tremenda habilidad de perder el papel con la reserva y la dirección del alojamiento para ese día y de memoria tan sólo nos acordábamos del nombre. En resumidas cuentas sólo sabíamos que quedaba en una zona residencial cerca de una de las puertas de entrada al Taj Mahal pero no sabíamos si la puerta sur o puerta oeste.
Tras discutir con unos cuantos, un enteradete nos dijo que nos llevaba por 120 INR y no le importaba si era en un sitio u otro, nos dijo que lo buscaríamos sin ningún problema ya que no estaba lejos una puerta de la otra. La cuestión es que al llegar a la puerta sur, ni preguntando a unos chicos de un hotel encontrábamos el lugar, así que nos dejaron amablemente consultar internet para por fin tener la dirección exacta. El tuktukero como no, rompiendo su promesa nos pedía más dinero a pesar de no estar lejos, a lo que Ely respondió bajándose del tuk tuk y pidiendo precio a otro tuktukero que por allí andaba. Ante la amenaza decidió llevarnos a regañadientes y cuando ya estábamos por la zona y no encontramos el sitio, otro amable señor nos dejó su móvil para llamar al propietario que a esas horas ya se había preocupado al no vernos llegar. Finalmente vimos al dueño en la calle y llegamos al sitio en cuestión, una casa particular llamada Sri Radha Krishna Kunj (el nombre se las trae pal canto). El tuktukero hizo su última intentona pidiéndonos más dinero de muy malas maneras, a lo que no accedimos con la ayuda del dueño de la casa que nos dijo que era un precio más que justo.
El Sri Radha Krishna Kunj es una casa particular de una familia compuesta por el marido (quien maneja el cotarro), la mujer y su hija adolescente que habla inglés como si fuera inglesa de nacimiento. Queríamos por un día cambiar la guesthouse y estar en casa de algún local, aunque no nos convenció del todo la experiencia. La casa era adosada y estaba situada en una zona residencial muy cerca de la zona comercial de la ciudad y de la puerta oeste del Taj Mahal. Fue el único alojamiento que reservamos con antelación y aun regateando nos costó 1000 INR con desayuno, el más caro que pagamos en todo el viaje. A nuestra llegada era todo amabilidad hasta que pagamos la cantidad acordada, cuando el dueño se puso a mirar el billete con cara de pena comentando que se estaban dando a conocer ya que llevaban poco tiempo y que había hecho un gran esfuerzo en rebajarnos tanto porque quería realmente que estuviésemos allí con ellos. Al poco nos insistió por primera vez en que escribiéramos una crítica en Tripadvisor con su ordenador, cuando ni siquiera habíamos pasado la noche. En ese momento, lo que queríamos era irnos a la cama pues estábamos reventados y fue lo que hicimos. La habitación era bastante bonita y espaciosa, el único problema era el mal funcionamiento de la ducha y el sonido que se escuchaba del resto de habitaciones. En general, el lugar no estaba mal y en si no nos importan los pequeños desperfectos de las habitaciones pero no a ese precio, puesto que en Agra hay sitios a patadas por la mitad. Sólo como detalle el precio de cenar allí era de 300 INR por persona, bastante más caro en comparación con el precio medio en India. Nos fuimos a dormir con un mal sabor de boca por la inoperancia del dueño y querer conseguir el éxito antes de trabajárselo, poniendo un precio desorbitado a lo que en principio creíamos que era una estancia en un entorno más familiar.
A pesar de todo, al día siguiente nos esperaba una de las maravillas del mundo que aguardaba en la oscuridad. El coloso de mármol blanco es una pasada mire por donde se mire, no nos defraudaría, ya antes de verlo estábamos seguros de ello.
Chic@s enhorabuena por este relato tan maravilloso sobre este país. Sin duda lleno de anécdotas, yo llevaría peor lo de meter el pie en las aguas fecales que el empujón de la vaca, jeje. Madre mía, lo de la basura impacta bastante, y el olor tan desagradable que ha de haber allí…
Hola María! Gracias por tu comentario, nos alegra que te haya gustado. Lo de meter el pie allí la verdad que fue asqueroso pero nos reímos un rato, suerte la fuente! A pesar de la miseria y de la gran contaminación nos quedamos con lo bueno de India que no es poco. A día de hoy, podemos decir que no nos importaría volver a otra región del país aunque sí que es cierto que el choque cultural es grande y se ven imágenes para no dormir…
Un saludo!
Robert y Ely