10 de Septiembre – Del frío de Helsinki al sofocón de Delhi
Nuestro periplo por tierras indias comenzó cuando en el Aeropuerto del Prat tomamos el avión de Finnair con destino a Helsinki que nos llevaría en cuatro horas hasta la capital finlandesa. Nunca habíamos volado con esta compañía pero nos dejó un buen sabor de boca. Sin llegar a ser la excelencia del las compañías árabes como Qatar Airways o Emirates, poseen aviones nuevos aunque más pequeños y supuestamente es la compañía más segura del mundo en cuanto a accidentes se refiere.
En Helsinki teníamos una pequeña escala en la que tan sólo nos daba tiempo a dar una vuelta por las tiendas del aeropuerto. Nos hubiera gustado visitar la ciudad pero no estábamos preparados para los 4º grados que hacían fuera. Viniendo de Barcelona con los últimos calores del verano y sabiendo que en India haría calor, íbamos sin mucho abrigo y el aire que entraba de fuera en la terminal echaba para atrás. El avión hasta Delhi transcurrió igualmente sin problemas entre película y cabezadillas y nos ocuparía casi toda la noche para llegar al amanecer a la capital india.
11 de Septiembre – ¿Pero dónde nos hemos metido? Esto es el caos! Sí, así es Delhi
Al llegar pasamos por inmigración con nuestro flamante visado que sudores nos había costado. Nunca habíamos visto ningún otro país donde fuera realmente tan difícil conseguirlo. A parte de caro (80 euros) tienes que mover cielo y tierra y prever con antelación su obtención mediante la embajada en Madrid, rellenando no pocos cuestionarios y realizando un envío mediante Seur por India visados.
Una vez pasadas todas las parafernalias y ver que nuestras mochilas habían llegado a buen puerto, salimos directos buscando los taxis de prepago. Nuestro destino era Paharganj y tras pagar nuestras primeras 400 INR allá que íbamos. Paharganj es a Delhi lo que Khao San a Bangkok, es decir, una especie de zona para mochileros o viajeros de bajo presupuesto con hoteles / hostales, sitios para comer, tiendecitas y muchos chiringuitos que ofrecen cualquier tour imaginable.
Tras tanto escuchar la fama de conductores locos de los taxistas en Delhi, nos apetecía correr el riesgo. Teníamos ganas de una buena dosis de cambios bruscos de carril, ir en dirección contraria, cláxones por doquier etc… que tan bien se les da a esta gente en países con tráficos horribles. Nuestro gozo en un pozo, nos tocó el tío más lento de toda la ciudad. El coche molaba, era una tartana de los años 50 como mínimo, hecha polvo y roída por el tiempo. A partir de que le dije al tío con mi mejor acento indio la palabra “Paharganj”, quedó en un sueño profundo con el cual nos fue haciendo una ruta a 20 km/h por las afueras de Delhi con todos los coches adelantándonos por todos lados.
A pesar de ser tan sólo las seis de la mañana hacia un ratillo que había amanecido y la bruma de contaminación se levantaba por toda la ciudad. La primera impresión no distaba mucho de todo lo oído: bastante basura, gente tirada en todos los rincones, muchos perros abandonados y aire irrespirable. En cualquier caso no lo vimos tan exagerado como esperábamos. Llegamos a la calle principal de Paharganj, Main Bazaar y nuestro amigo el taxista aparca justo al lado de un tuburio donde estaban haciendo lassis, la primera vez que los veríamos. Nuestro objetivo era buscar algún cuchitril para ducha y descanso express. Preguntamos en el Hotel Arjun que llevábamos apuntado y a pesar de que ni siquiera nos quedaríamos esa noche, nos pedían una burrada 700 INR. Nos fuimos al Hotel Shelton y nos quedamos con una habitación ratonera casi sin ventilación por 500 INR. Más tarde confirmaríamos nuestras sospechas de antes del viaje sobre que quizá Delhi sea el sitio con el alojamiento más caro y de peor calidad. Por mucho que hubiéramos buscado en Trip Advisor no encontrábamos ninguna ganga que no fuera pocilga. También el hecho de que en los últimos años se haya devaluado bastante la rupia hace que se tenga un buen cambio pero suban también los precios. La habitación estaba sucia como el 90% de las del país en el baremo de precios hasta 1000 INR, pero nos conformábamos puesto que sólo íbamos a descansar unas horas.
Tras el necesario descanso aquí vino nuestra verdadera primera impresión de la India. Nada más salir de la puerta del hotel nos encontramos con nuestra primera simpática vaca que por allí deambulaba. Seguía siendo temprano pero ya todos los comercios estaban abiertos y el tráfico de tuk tuks, motos, coches, gente era ya agobiante. Teníamos todo ese día para visitar parte de Delhi así que caminamos por Main Bazaar dirección al metro. Pagamos 8 INR por persona para llegar hasta la parada de Chadni Chowk donde por primera vez experimentamos el auténtico caos indio. Olores indescriptibles, suciedad por todas partes, tráfico asesino, mucha gente, muchas tiendas y dos viejos con un turbante de metro y medio en una azotea la mar de chulos. Esperábamos todo eso y más, así que a decir verdad tampoco nos quejábamos puesto que estábamos muy concienciados que gran parte del viaje era eso y eso a su vez forma parte del país.
Caminamos hasta el Fuerte Rojo que en tantas fotos habíamos visto. Aunque no entramos pasamos para hacer la foto de rigor y las otras tantas que se querían hacer los indios contigo y con su orgulloso monumento. Aquí fue donde por primera vez experimentáramos el “efecto Hollywood” que ya denominamos en el viaje a Indonesia. En la India absolutamente en cualquier lugar (no sólo en los grandes monumentos como en Indonesia) te venía la gente amablemente para hacerse una foto contigo. Si a uno no le importa el contacto con la gente e intercambiar unas palabras puede ser una grata experiencia. Eso sí, hacen cola para hacerse mil fotos uno detrás de otro o en grupo, así que hay para rato.
De aquí con todo el calor que estaba cayendo, otra pateadilla hasta la Jasma Masjid, o la mezquita más grande de toda India. De camino nos deleitábamos con toda imagen que pudieran captar nuestras retinas. Qué mundo tan diferente a unas pocas horas de avión. A parte del caos reinante que nunca para, nos íbamos adentrando por las calles de Old Delhi donde todo bullía con la gente en sus puestos de comida, bañándose en medio de la calle, más olores que venían de los lavabos públicos abiertos al aire libre… vamos brutal!
Llegamos a la puerta este de la mezquita para tener nuestra primera pelea hispano – india. También íbamos avisados así que estábamos a verlas venir y efectivamente pasó. Al llegar, de muy malas maneras el guarda nos dice que teníamos que quitarnos los zapatos y depositarlos en una zona (previo pago por supuesto). A parte de eso, pagar 300 INR por cada cámara, sea de lo que sea. Le decimos muy amablemente que las zapatillas ya las podemos coger con nuestras propias manos (como vemos que muchos locales hacen) y que sólo queremos utilizar la cámara de fotos, que la de vídeo ya la guardo en la mochila. El tío se pone farruco y dice que nanay, que le viene de gusto pegarte el sablazo y dice que paguemos o fuera. Nosotros le espetamos que se meta su mezquita por donde le guste al señor y que si eso, ya vamos probando de entrar por otra puerta, eso sí con respeto eh!
La cosa se ponía calentita pero nosotros íbamos con energías renovadas ya que era todavía el primer día. La puerta sur de la mezquita es la que normalmente no está abierta, únicamente un período el cual no recordamos, pero el caso es que ese día lo estaba. Justo delante se extendía un gran bazar donde vendían hojalata, comida y donde sonaba música animadamente. Entramos y subimos las escaleras hasta ver al guarda que nos viene con el rollo de los zapatos. Insistimos en que no hace falta que me los cuiden y tras poner nuestra cara de más mala leche funciona. Más adelante nos vienen con lo del pago de la cámara a lo que explicamos que tan sólo queremos hacer fotos y bingo! En principio nos cobran sólo por una cámara. Nos las vemos muy felices hasta que nos asalta un personaje grito en boca diciendo que donde está el ticket. “Tranquilo hombre! Toma aquí lo tengo.” Su gozo en un pozo, así que tiene que encontrar alguna forma de sacarnos algo de pasta. Cuando ya damos nuestros primeros pasos porque queríamos entrar de una vez, el tío a grito pelao me pega un empujón en el pecho en plan “¡Quieto ahí parao!”. Yo soy muy tranquilo y parsimonioso y en esa situación intentando mantener la calma, con control total y con mi mejor inglés de pueblo le suelto un: “¡Don’t touche me!” (¡No me toques!). El tío ruge como un león y llevándose la mano al pecho me enseña una tarjeta de identificación que colgaba de su cuello la vez que señala con el dedo índice y me indica la puerta de salida. Sigo con mi calma total y le digo que vale, que yo me voy, pero que me valla devolviendo mis 300 INR si no entro. Ante semejante embrollo viene otro que tenía pinta de organizador de todo aquello y dice que a ver si se calma la cosa. En un más que correcto español nos comenta que no pasa nada, que podemos entrar pero que Ely debe taparse con algo los hombros, a lo que le enseñamos el pañuelo que llevábamos preparado para la ocasión. El de antes no se queda conforme y dice que igualmente se tiene que poner una especie de túnica por encima, él quería llevarse algo sí o sí. Nosotros finalmente le decimos al organizador que no pensamos dar nada por algo que ya habíamos previsto y ya estábamos cumpliendo al llevar el pañuelo. Al final ya por pesados, nos dijo que Ely se pusiera la túnica pero sin dar nada a cambio y el otro se quedó con cara de pocos amigos. Habíamos escuchado un montón de cosas sobre la entrada a la Jasma Masjid y son ciertas, pero no hay porque dejarse avasallar y pecar de tontos. Es una lástima que mucha gente venga desilusionada de India sintiéndose un euro con patas por estos cuatro impresentables.
Tras sudar sangre para conseguir entrar, contemplamos el gran patio interior de la mezquita con su pequeño estanque en el centro. Hacía un Sol de justicia e ir descalzo por encima de la piedra caliente no hacía gracia ninguna, suerte que habían habilitado una especie de alfombra de plástico que tampoco es que estuviera muy fría que digamos. En el estanque no había nadie pero en pocos minutos se congregó un numeroso grupo para lavarse los pies, beber y rezar. Al fondo y dentro de la arcada que tiene el edificio principal, se encontraba mucha más gente rezando de rodillas. El suelo está cubierto de alfombras y desde pequeños a mayores pasan el rato allí tumbados. La mezquita es muy bonita pero no entendimos muy bien como siendo uno de los edificios más importantes del país dejan tener a tanto inepto en la entrada maltratando a la gente que simplemente quiere visitarla. En ningún otro monumento del país tuvimos problema alguno, este fue el peor sitio con diferencia.
Salimos por la puerta este para dar de nuevo al bullicio de Old Delhi. Las calles estaban a rebosar de gente, tráfico, basura, vamos lo normal en Delhi. Puestos de las cosas más inimaginables se distribuían por el entramado de Chandni Chowk. El olor de la sangre de las cabezas de cabra cortadas, de la orina, la polución, los puestos de comida callejera, la grasa y aceite de los talleres mecánicos todo entremezclado es un shock a los sentidos brutal. Escrito así no dan ganas de ir a India pero esa es la realidad de nuestro mundo, seguimos pensando que hay que experimentarlo, por lo menos una vez en la vida. A todo eso se le junta la dificultad para caminar tranquilamente, donde si no te encuentras un agujero con aguas fecales o simplemente que da al vacío profundo, siempre hay una moto o coche que no dudará en esquivarte por pocos milímetros.
Cuando tuvimos nuestra buena ración de estrés, calor y polución en Old Delhi cogimos un tuk tuk por 40 INR para cambiar de tema y desplazarnos a Rajghat. Este lugar no tiene nada que ver con todo lo anterior. Es un remanso de paz y tranquilidad, un lugar impoluto y limpio como la patena. En principio era uno de los ghats que dan al río Yamuna, hoy en día se conoce por el lugar donde se produjo la ceremonia de cremación de Mahatma Gandhi tras ser asesinado. Tras la puerta de entrada se extienden vastos jardines a lado y lado y en el centro en casi un completo silencio sólo interrumpido por un leve hilo musical, se encuentra el memorial de Gandhi. Se puede observar una gran losa de mármol negro repleta de flores y con una llama encendida que no cesa nunca. Tan sólo una inscripción con las últimas palabras del líder espiritual indio: “Oh, Dios”. Tras dar un buen paseo decidimos descansar un poco las piernas en uno de los jardines de la entrada. Se notaba que tras el vuelo apenas habíamos dormido y no nos vino mal aprovechar la tranquilidad del sitio para tumbarnos a la sombra de un árbol.
Debíamos aprovechar bien nuestro primer día en Delhi y nuestra siguiente parada prevista era el templo sij de Gurudwara Bangla Sahib, el cual teníamos muchas ganas de ver. Al salir de Rajghat negociamos con alguno de los tuktukeros y finalmente había uno que se ofrecía a llevarnos por 60 INR. Teniendo en cuenta que a la salida del memorial no hay nada cerca y tan sólo muy pocos tuk tuk que esperan intentan subir más el precio. En cualquier caso vimos en el mapa que era una distancia superior a la que habíamos hecho de Jasma Masjid a Rajghat así que no lo vimos mal.
Por el camino el tráfico era espantoso y se veía muchísima gente sin absolutamente nada durmiendo a ras de suelo en las aceras, bien entrado el mediodía. Es increíble como pueden ser capaces con todo el ruido que pasa al lado y la cantidad ingente de humo de todos los vehículos. La verdad que ponía los pelos de punta. El tuktukero nos repitió hasta en tres ocasiones que había mucho tráfico y que con 60 INR no ganaba nada con lo cual tenía que aumentarnos el precio de la carrera. Le hacíamos caso omiso pero vimos que aquello iba a acabar mal y al llegar efectivamente fue lo que pasó. El tío cuando le dimos las 60 INR acordadas las cogió mirándolas con desprecio y con una cara entre desafiante y de asco infinito nos dijo: “¿Ya está, esto es todo?”. Le contestamos que ese había sido el acuerdo. En medio de la calle y gritando como un poseso, nos dijo que le teníamos que dar más por el tráfico y que había perdido mucho tiempo en llegar. Sacando un papel maltrecho nos indicaba que las tarifas de yo no sé que eran estipuladas así y que mirásemos el Taximeter. Ahh! Ahora se acordaba del Taximeter. Todos se niegan en rotundo a ponerlo y luego lo sacan a relucir cuando les conviene. Al final le dijimos que o lo tomas o lo dejas y salimos del tuk tuk. Entre gritos y amenazas de llamar a la policía nos dirigimos tranquilamente hacia la entrada del templo.
Ya en la entrada nos daríamos cuenta de la hospitalidad de los sij cuando te encuentras con varias personas repartiendo agua (del grifo) para combatir el calor sofocante que hacía. No la probamos por precaución pero la verdad que es todo un detalle. Al entrar hay una garita para dejar los zapatos y unos cubos con pañuelos de todo tipo para taparse la cabeza, ya que es obligatorio como en todos los templos sij entrar descalzo y con la cabeza cubierta. El monumento en sí es precioso, todo hecho en mármol blanco y con una gran cúpula dorada. Al costado tiene un estanque con agua considerada curativa y es donde vimos a los primeros indios realizando el baño. Por todo el recinto se escuchan durante 24 horas al día sin descanso los cánticos que provienen del interior. Aunque pueda resultar cansina, a nosotros nos gustó la música que realizan y de hecho se puede ver como la tocan en directo. Es en el interior del edificio principal donde en una especie de altar están los músicos que se van turnando y en el centro las escrituras sagradas. Al salir, nos ofrecieron en unos puestos que había un dulce servido en un platito, que si bien no tenía buena pinta dado a su aspecto marrón gelatinoso, estaba muy bueno. Era de sabor canela y lo ofrecían a todo el mundo gratuitamente.
Ya para comer nos fuimos andando hasta Janpath, la avenida sur que da a Connaught Place ya que teníamos apuntado el restaurante Saravan Bhavan. La comida es del sur de India y sobretodo las dosas estaban riquísimas, aunque nuestro primer thali tampoco defraudó. Todo muy contundente y en cantidad por unas 400 INR.
Seguimos paseando hasta Connaught Place para echarle un vistazo, aunque tampoco le encontramos mucho la gracia. Salvo tiendas y el pequeño parque que tiene en el centro, se trata de una gran circunvalación sin más a nuestro parecer.
El día había cundido bastante así que nos fuimos de camino para el hotel para ir preparando el equipaje y pasear un rato por Paharganj, antes que nos diese la hora de coger el tren. Esa misma noche tomaríamos por primera vez uno de los famosos trenes indios dirección Bikaner desde la estación de Sarai Rohilla. De camino a esta estación vivimos una de las situaciones más desagradables del viaje nuevamente con los tuktukeros. El imbécil de turno (porque no tiene otro nombre) no se le ocurrió otra cosa que golpear a un perro en la cabeza con el morro del tuk tuk. Sabemos que fue adrede porque fue girando una esquina lentamente y el perro estaba quieto y sentado y al muy energúmeno le dio por pegar un volantazo e ir a buscarle. Lo peor de todo es que tras gritarle y decirle de todo y más, soltó una sonrisilla de sorpresa como extrañado de que no nos hubiera hecho gracia. India no es el mejor país para los perros dada la extrema pobreza del país. Como amantes de los animales que somos, se ven imágenes que te llenan de tristeza y uno sabe que no puede cambiar casi nada, pero esta situación fue completamente gratuita, no vino a cuento.
Entramos a la estación deseándole lo peor al malnacido pero intentando pasar de largo el mal trago y fuimos a mirar si encontrábamos el tren de turno. Al ser una estación pequeñita y no haber muchos trenes que iban a Bikaner lo encontramos en un santiamén y pudimos comprobar en la lista nuestros nombres. Ese primer tren de 3ª clase nos gustó ya que dentro de lo que cabe estaba bastante limpio y tuvimos para cada uno una cama en el lateral tal y como teníamos reservado. Tras poner las sábanas de octava mano que te dan y al poco tiempo de partir el tren, claudicamos en poco tiempo. Había sido un día durete por todo el viaje de avión y patear por Delhi pero sabíamos de sobra que no habíamos venido a la India para descansar.
12 de Septiembre – Karni Mata, el templo de las ratas no es una leyenda
A pesar de que dormimos agarrados a nuestras pertenencias como si nos fuera la vida, el viaje de noche había transcurrido sin problemas y la verdad no descansamos mal. Hubiera sido perfecto si no hubiera habido como veinte veces, que nos despertamos porque la gente que pasa por el pasillo te desplaza la cortinita que te da una mínima privacidad en tu habitáculo. En estos largos trayectos el tren hace muchas paradas y las “camas calientes” pasan de unas personas a otras que van bajando y subiendo por el camino. Como es normal hay ruido, luces encendidas e incluso algún golpe pero si uno se deja llevar por el “chacachá” del tren se duerme a pierna suelta más o menos…
Llegamos tras el amanecer a Bikaner, una ciudad que ya desde el principio se veía que nada tenía que ver con Delhi, mucho más pequeña y rural. Al salir de la estación no teníamos nada de ganas de regatear, pero no tocaba otra. Tras ver que no había ningún extranjero no fueron pocos tuktukeros los que se abalanzaron para llevarnos, pero no se bajaban del burro fácilmente. Al final optamos por la táctica de seguir andando un rato y ya lejos de la estación conseguimos uno que nos llevase a lo que sería nuestro alojamiento por unas horas, Vinayak Guesthouse.
Tan sólo íbamos a visitar Karni Mata y seguir nuestro camino hasta Jaisalmer como mucha gente hace, así que buscamos una guesthouse barata para guardar las cosas, comer algo y ducharnos. Nos cobraron 200 INR por una de las habitaciones con baño compartido. El lugar es agradable, una pequeña casa con un patio donde desayunar tranquilamente. El dueño amablemente nos invitó dentro de su casa para darnos las indicaciones necesarias y a pesar que la habitación casi ni la catamos, parecía limpia aunque sencilla. Mucha gente viene a Bikaner para hacer algún tour por el desierto en camello ya que está mucho menos trillado que Jaisalmer. La verdad es que esta idea no nos atraía mucho y no la realizamos ni en un sitio ni en otro.
Cogimos todo lo necesario y nos dirigimos andando a la estación de buses para coger el bus que nos llevaría a Deshnoke, el pueblo donde está Karni Mata a 30km al sureste. De camino vimos nuestras primeras vacas “comeplástico”. Por mucho que sean sagradas a nosotros se nos caía el alma ver como un animal se alimentaba de lo que sea literalmente, todo lo que pillaban. Por las calles se veían bastantes camellos también a modo de animal de carga para transportar carromatos.
De la estación sale un bus cada hora y el precio que nos cobraron fueron 26 INR y 19 INR respectivamente. Sí, efectivamente a cada uno nos cobraron un precio distinto por el hecho de ser hombre o mujer, algo peculiar. Tras casi una hora llegamos a Deshnoke sin problemas, un pueblo a lado y lado de una carretera polvorienta. Justo donde te deja el bus, un cartel reza la entrada del templo a poco más de 1km por un camino secundado por tiendas. Al llegar sorprende el tamaño pequeño y con forma de cuartel militar rectangular y amurallado del templo. Por ahí no veíamos a ningún turista, cosa que nos sorprendió bastante y la cantidad de gente que se quería hacer fotos con nosotros aumentó cuando llegamos a la entrada. Estábamos de vacaciones así que porque no intercambiar unas palabras o gestos con la gente del lugar, como siempre resulta divertido.
La entrada es gratuita pero hay que pagar 50 INR por la cámara de video y 20 INR por la fotográfica. Hay diferentes versiones del porque se veneran a más de 20000 roedores que residen en este templo, pero el caso es que los consideran sagrados. Es más, resulta un privilegio comer algo roído por las ratas y de buen augurio el hecho que te pasen por encima de los pies. Como todos los templos en India, hay que entrar descalzo aunque una buena opción puede ser llevar calcetines, a poder ser los más hechos polvo que tenga uno.
Nada más entrar al primer patio ya vemos a algún que otro roedor dentro de unas verjas donde tienen dispuestos cuencos de agua y semillas. Vamos pisando una mezcla de excrementos, orín y semillas de todo tipo esparcidas por todo el recinto pero ya de perdidos al río, que más dará! Entramos más hacia dentro en el salón principal donde la visión cambia y hay ratas por todos sitios, corriendo en todos los sentidos. Son las reinas del mambo! Intentamos darles una especie de bolitas blancas que habíamos comprado en la entrada pero están tan hartas de comida que pasan olímpicamente de nosotros.
La verdad es que son animales muy tranquilos y si bien corren mucho y no tienen miedo en pasarte por encima de los pies, no creemos que vayan a morder sin motivo alguno. Grandes grupos de ellas se reúnen subidas a los cuencos de leche y agua y revolotean por los pasillos y puertas. Justo alrededor de esta segunda sala hay un estrecho pasillo que la rodea donde desde múltiples agujeros salen aún más ratas y en las puertas y verjas del templo reposan plácidamente. Es aquí dentro donde están unas imponentes puertas labradas de plata.
Se nos pasó el rato entre fotos con las ratas y fotos con la gente y observando las peripecias de estos simpáticos animalejos. Habíamos ido bastante temprano y poco a poco iba entrando cada vez más gente así que decidimos salir del centro. En los patios exteriores sigue habiendo ratas por doquier y cada estatuilla para venerarlas está rodeada de ellas. Finalmente, no tuvimos la suerte de ver a una rata blanca de la cual dicen es una reencarnación directa de Karni Mata y sus cuatro hijos.
Salimos del recinto para ir a coger de nuevo el bus hacia Bikaner que lo pillamos de milagro. A diferencia de la ida venía a reventar y toda la hora que nos quedaba de camino la pasamos de pie, como sardinas en lata y con un calor que iba en aumento. Al llegar a la ciudad vislumbramos el fuerte Junagarh, quizás el principal atractivo de la ciudad. A parte de esto, el casco antiguo tiene bastantes havelis pero claro está, comparada siempre con la cercana Jaisalmer no tiene parangón alguno.
El tiempo apremiaba ya que pensábamos salir esa misma tarde para Jaisalmer en bus así que debíamos darnos prisa. Comimos en Garden Café, un lugar que no estaba mal en un antiguo palacio cerca del fuerte. Lo malo fue que el vendedor de artesanía que tiene la tienda al lado nos estuvo acompañando durante toda la comida dando la brasa para que fuéramos a comprarle cosa que no hicimos. Al final entre pitos y flautas este mismo tío nos acabó llevando gratis a la guesthouse en moto (de la cual Ely no se cayó de milagro) ya que hablando y hablando su primo o no sé quien, era uno de los dueños del alojamiento que teníamos previsto en Jaisalmer. Sin comerlo ni beberlo nos había salido la jugada redonda ya que nos pudo hacer la reserva por teléfono en ese mismo momento. Él se llevaría su comisión por llevar a alguien que ya pretendía ir allí, así que no hizo falta convencernos y a nosotros nos llevaba gratis.
Tras pasar y despedirnos de los dueños de la Vinayak, volvimos al centro donde la estación de buses se encuentra también al lado del fuerte. Aquí había muchísimas agencias donde pillar un bus que nos llevara a Jaisalmer, apiladas una detrás de otra. Como siempre negociando y quitándonos a algunos caraduras que pedían barbaridades nos quedamos con uno que parecía bastante sensato. Se llamaba Mama Milan Travel y nos cobró 200 INR por persona para el bus a Jaisalmer, en asiento (ya que por algo más se puede ir en una litera).
Tras picotear algo de los puestos callejeros tomamos el bus que nos llevaría a una de las ciudades que más nos gustó. Nos quedaban casi 7 horazas de ruta por paisaje desértico. El viaje fue de todo menos relajado: adelantamientos suicidas, calor nivel infernal, personajes de lo más variopinto… bueno, al menos fue entretenido. Lo mejor de todo fue escuchar por primera vez el claxon de los buses y camiones indios. No se puede explicar, hay que oírlo. Si tu intentas echar una cabezadita con el Sol que pega de frente ahí está esa bocina de feria de 100000 decibelios que te despertará torturándote para no dejarte dormir y te reventará el tímpano. Y esto no uno, sino tres o cuatro vehículos con su bocina a la vez, era un cachondeo.
Llegamos ya de noche a Jaisalmer, un cúmulo de luces en mitad de la oscuridad con el fuerte de fondo iluminado. Por suerte, el personal del hotel nos había venido a buscar en Tuk tuk como cortesía, así que nos vino de fábula. Por las calles ni un alma, sólo nos quedaba cenar algo en la bonita terraza con vistas y a dormir, ya que al día siguiente nos esperaba una de las sorpresas del viaje.
13 de Septiembre – Jaisalmer, una joya en el desierto del Thar
Qué calor!! La habitación del Shahi Palace era un horno y los primeros rayos de Sol no tardaron en calentar la haveli entera donde estábamos alojados. A pesar del sobrenombre del hotel, nada tiene que ver con un palacio, pero quizás fue el lugar más bonito donde dormimos por un precio más que razonable, 500 INR. Todo estaba decorado en plan “Las mil y una noches” y la habitación muy correcta y limpia. Como muchos otros, el edificio estaba construido con la piedra característica que hay por toda la ciudad y de no ser que se elija una habitación con aire acondicionado, los casi 50º que nos hizo esos días en Jaisalmer te hacen levantar como un resorte de buena mañana.
Nos levantamos esta vez disfrutando de las vistas del fuerte desde la terraza del Shahi Palace mientras desayunábamos. El bullicio de Delhi lo habíamos dejado muy lejos y por las calles adyacentes al hotel tan sólo las vacas y algunas personas las transitaban. Estábamos situados a pocos minutos a pie de la puerta principal del fuerte pero por fuera de las murallas. Habíamos leído que todos los establecimientos de dentro del fuerte colaboran a la degradación del edificio y que con el paso de los años se está viniendo abajo. Entre esto y que el Shahi Palace tenía muy buenas críticas nos decantamos por él, bien situado pero suficientemente apartado del caos.
Sin perder tiempo nos dirigimos en dirección al centro por el entramado de callejuelas y ya desde un primer momento supimos que aquello nos iba a gustar. Sin ser edificios grandes las pequeñas casas todas de color ocre con motivos hindús, pinturas de Ganesh y rejas con entramado eran un placer a la vista. Llegando al mercado central empezó a animarse la cosa y estuvimos paseando por los comercios de cualquier cosa imaginable que se pueda vender. En el mercado las mujeres con sus coloridos saris hacían la compra del día y los vendedores se afanaban por llamarte la atención. Las vacas aparecían de cualquier esquina o rumiaban en cualquier recoveco a la espera que alguien les diese unas sobras. Para los pobres perros, las migajas que quedaban por el suelo.
Al salir de las calles comerciales nuevamente tranquilidad, mujeres parloteando en la puerta de sus casas, las vacas cortando el paso y los cerdos callejeros regocijándose en los canales de aguas fecales. La verdad es que salvo las cuatro calles principales, el entramado de callejas de Jaisalmer da más la sensación de un pueblo que de una ciudad.
Poco a poco llegamos a la primera haveli en Jaisalmer, la Patwon Ki Haveli que está constituida por cinco plantas construidas por cinco hermanos jainíes a mediados del siglo XIX. La verdad es que es una maravilla llegar y sin esperártelo ver tras una esquina el cúmulo de ventanas trabajadas hasta el más mínimo detalle. La primera planta del edificio se puede visitar por dentro con museo incluido. Si bien esta es la haveli por excelencia de la ciudad y una de las más importantes de India también están la Nathmal Ki haveli y la Singh Ki haveli aunque ninguna tan espectacular como la primera en nuestra opinión. En cualquier caso, la ciudad entera está llena de estas antiguas mansiones hechas por los ricos de antaño y cualquier rincón es fotografiable.
Fuimos volviendo dirección al fuerte y como siempre sorprendidos con la cantidad de imágenes curiosas que nos deparaba la India. Por ejemplo, calles enteras con excrementos de vaca secándose al Sol, todos bien puestos y en forma de disco. Por qué? Pues no lo sabemos todavía pero imaginamos que lo venderán como combustible natural. La gente se gana la vida como puede y todo vale para salir adelante.
Llegamos a la puerta principal del fuerte donde muchísimos tuk tuk se reúnen para cazar clientes. Tras quitárnoslos de encima enfilamos la puerta y comenzamos a subir la rampa zigzagueante que en pocos minutos te lleva hasta la “otra” Jaisalmer fortificada. Los muros sorprenden por su grosor y altura y sobre todo las cuatro puertas inmensas que se encuentran en el camino de subida y llenas de murciélagos y ratas. Aquí nos encontramos con una mujer con su bebé en brazos, que nos vendía no sé cuantas pulseritas a un euro. Nos hicieron gracia y ni regateamos, hablamos un ratillo con ella y Ely aprovechó para fotografiarla ya que le encandilaron sus ojos.
Al llegar nos topamos con una pequeña placeta y el Palacio del Fuerte que la preside. Hace un bochorno horroroso pero tras una buena subidita hemos llegado a un nuevo laberinto. El fuerte de Jaisalmer que data de 1156, es hoy en día un embrollo de callejones en el que no sirven mucho los mapas, si bien hay bastantes indicaciones. Es mejor llevarse por la intuición y recordar por donde uno va pasando y coger referencias.
Dentro de esta mini ciudad viven unas 3000 personas y podemos encontrar desde palacios, viviendas, restaurantes, tiendas y algunos hoteles. Se acercaba la hora de comer y queríamos encontrar un lugar que llevábamos apuntado pero nos iba a costar lo nuestro encontrarlo casi al final del fuerte, cercano a los templos jainíes. El lugar en cuestión se llama Vyas Meal Service y si uno no cae en ver la pequeña puerta con unas escaleras y un letrero pintado a mano, se lo pasa.
Sin ser un restaurante común, se trata de la humilde casa de una anciana que cocina según la gente va viniendo. Cuando llegamos y subimos las estrechas escaleras vimos que la viejecita y una chica joven estaban durmiendo y por un momento nos preguntamos si realmente allí servían de comer. A la que nos escucharon se levantaron como un resorte y nos ofrecieron asiento. La abuelita renqueante se afanó por preparar la cocina con su andar precario castigada por su edad. La “mesa” no es más que un colchón en el mismo suelo situado justo al lado de la cocina y el interior está decorado únicamente con las fotos y recuerdos de familia de la señora. Realmente se va a comer a la casa de alguien. No había nadie más y la viejecita, que no hablaba inglés, nos enseñó la carta y nos hizo apuntar en una libreta lo que íbamos a querer. Durante una hora entera esperamos pacientemente a que hiciera ambos thalis que habíamos pedido pero fue un disfrute ver el afán y la dedicación que ponía en el asunto. La chica joven le ayudaba a la preparación pero realmente la mujer era la que agachada en cuclillas se encargaba de cocinar todo como si de tu abuela se tratase. La experiencia fue muy agradable y podemos decir que fue uno de los mejores thalis que probamos durante el viaje por un total de 380 INR con bebida incluída, lo recomendamos encarecidamente.
Tras pasear y callejear en este primer día por dentro del fuerte, volvimos a salir de él para intentar que un tuk tuk nos llevase a Lodhruva y al lago de Gadi Sagar. Tras mucho regateo, poco éxito y viendo el tiempo que nos quedaba decidimos dejar la primera. Lodhruva es una población a 15 km de Jaisalmer rodeada por el desierto del Thar y donde se encuentran unos bonitos templos jainíes. El tuktukero que mejor precio nos ofreció fue 300 INR ida y vuelta y finalmente se arrepintió y nos comentó que no le valía la pena. A pesar que nos quedamos con las ganas nos queda pendiente y lo recomendamos. Así que finalmente este mismo tuktukero nos llevó a Gadi Sagar, que se encuentra a las afueras de la ciudad pero a pocos minutos en tuk tuk por 30 INR. Con un paseo de 30 min se puede llegar a pie.
Este lago data del siglo XIV y hasta los años 60 fue el principal suministro de agua de la ciudad. Hoy en día está rodeado por bonitos palacetes y algún templo e incluso se puede recorrer en barca por unas propias rupias. Quizás la imagen más característica sean los dos cenotafios que hay en medio del lago en los cuales reposan un montón de aves. Por todo alrededor hay unas escalinatas para poder disfrutar tranquilamente del atardecer.
Volviendo del lago y justo antes del atardecer decidimos ir a dar otro paseo por el fuerte. Todavía no habíamos probado el famoso lassi, así que decidimos ir a disfrutar de las vistas desde el fuerte a una de las terrazas que teníamos en nuestra lista. En un rincón apartado en el que nunca alguien pensaría que allí hay un bar y dejado de la mano de Dios, encontramos no sin dificultad el Kuku’s Coffe Shop. El “bar” en sí se trata únicamente de dos mesas situadas en lo alto de una de las terrazas de la muralla que da al exterior. Justo debajo en una humilde casa vive Kuku, un indio bonachón que prepara lassis y té chai bastante buenos. En el momento que fuimos no había nadie y dado su carácter empezó a hablar con nosotros de su sueño de hacer una guesthouse en la que no hubiera que pagar, lo que le gustaba de Jaisalmer, que era de nuestra vida, etc… Con la amena conversación y la agradable vista de toda la ciudad fue llegando la noche hasta que nos despedimos de él hasta el día siguiente, ya que si todo iba bien, quizá nos haría un favor para un asuntillo.
Las calles del centro seguían en movimiento y las vacas todavía no se iban a dormir. Decidimos ir a cenar a Monica’s Restaurant justo en frente de la puerta de entrada al fuerte. Nos metimos un pollo tandoori entre pecho y espalda que estaba cojonudo y ya con el estómago lleno nos fuimos de nuevo a las calles del centro ya que todavía a esa hora todos los comercios estaban abiertos. Paseando llegamos hasta la zona de Hanuman Circle y Ghandi Chowk por recomendación de Kuku. Esos días se estaba celebrando la fiesta de la deidad Ganesh y aunque en Jaisalmer nos comentó que no era muy importante fuimos a ver que se cocía.
Al llegar intentando esquivar la cantidad de vacas que ocupaban la carretera y la densa circulación de gente y coches estuvimos viendo el altar que habían puesto en aquella plaza y conversando un rato con algunos indios que como siempre cumplían con el ritual de preguntas: ¿de dónde vienes?, ¿te gusta India?, ¿de que trabajas?, ¿estáis casados?…
Lo mejor de todo fue la cómica situación en la que Ely se topó con una caca de vaca del tamaño de Plutón. Quién si no iba a ser, pues la “pisacacas” oficial de los viajes. Me extraña que no nos haya tocado la lotería todavía. Allí en medio de un grupo de bovinos en medio de la carretera, con todo el pie embadurnado nos quedamos riéndonos un rato largo.
Volvimos hasta el hotel deshaciendo el camino y una vez allí repasando las fotos, vimos que el día había cundido bien. Al día siguiente teníamos otro día para seguir disfrutando la ciudad que hasta el momento nos había encantado.
14 de Septiembre – Disfrutando de la hospitalidad india
Nuestro segundo día en Jaisalmer no iba a cundirnos menos que el primero. Por la noche tomaríamos de nuevo un tren que nos llevaría a Jodhpur, nuestra siguiente parada. Nos quedaba todavía otro día entero para visitar los Templos jainíes y aprovecharíamos esta vez para realizar compras y pasear un poco más relajadamente.
Jaisalmer, situada en el desierto del Thar, es el punto desde donde salen muchísimos tours en camello de un día o incluso haciendo noche bajo las estrellas y la visita a algún poblado. Nosotros tras muchas opiniones leídas y algunas fotos decidimos no hacerlo. Este desierto más bien es un paisaje semiárido, donde salvo en algún punto en concreto, no se encuentra ese paisaje característico de grandes dunas como en el Sáhara o el Namib. No decimos que no pueda ser una bonita experiencia, de hecho hay mucha gente que le gusta, pero para esos dos días decidimos dedicarlos al completo a la ciudad, a parte que ya habíamos montado en camello en otros lugares.
Ya por la mañana tras desayunar nuevamente en los sillones de la magnífica terraza del Shahi Palace que nos había encantado, nos fuimos directamente hasta dentro del fuerte. Paseamos un rato por otras calles que no habíamos visto el día anterior, la cuestión es perderse ya que cada casa, rincón o pintura es digna de mención. Todo el interior del fuerte es como un paso atrás en el tiempo. Aprovechamos también para mirar alguna tienda ya que a diferencia de la fama de insistentes de los indios que habíamos siempre escuchado, fue una grata sorpresa comprobar que en la mayoría de lugares podías entrar y mirar sin que te estuvieran taladrando a preguntas para obligarte a comprar.
Más tarde fuimos a visitar los Templos Jainíes situados uno tras otro en una de las calles principales del fuerte. Estos templos pertenecen a la religión del jainismo la cual apoya la no-violencia y la igualdad de todos los seres vivos. Los siete templos jainíes de Jaisalmer que datan del siglo XV – XVI, se interconectan entre ellos en un intrincado laberinto en el que una vez se pasa la entrada se va pasando de uno a otro. Los bonitos edificios de arenisca amarilla están llenos de detalles y son sobretodo sus relieves y la cantidad de estatuas el punto en común. Los nombres de los siete templos son: Chandraprabhu, Rikhabdev, Parasnath, Shitainath, Sambhavanth, Gyan Bhandar, Shantinath y Kunthunath.
La entrada cuesta 200 INR por persona y el horario únicamente es de mañana pero con algunas particularidades. Resulta que los buenos jainistas a pesar de que dejan ver todo el complejo, es sólo durante una hora el único momento en que los siete templos están abiertos a la vez. El resto del tiempo siempre hay alguno en el que están rezando y por lo tanto a pesar de pagar lo mismo, el acceso está prohibido. En principio es sobre las 11 de la mañana el momento en el que se pueden ver todos y nosotros no tuvimos finalmente ningún problema.
Por supuesto es obligatorio entrar descalzo y esas horas de la mañana con el Sol picando a tope en la piedra de la calle, no veas que gusto da andar por allí! Hay que tener cuidado con no dejarse engatusar con los religiosos que hay dentro, que aprovechan cualquier momento para intentar explicar cualquier detalle de los templos a cambio de insistir en que dejes propina, aquí sí que fueron bastante pesaditos la verdad. A pesar de todo, pensamos que merece la pena ya que es una arquitectura distinta a todo lo que se suele ver en el Rajastán.
Tras dejar los templos fuimos a hacer una visita a Kuku y fuimos de nuevo hasta su “bar – casa” o como queramos llamarle. En la entrada nuevamente tres vacas nos impedían el paso hasta que llegamos sanos y salvos esquivando sus intentos de arrearnos. El tema es que el día anterior le habíamos comentado que donde podríamos donar un montón de ropa que habíamos traído desde Barcelona y nos comentó que nos pasáramos esa mañana que nos presentaría a su hermano. Amablemente nos invitó esta vez dentro de su casa a un delicioso chai té y pudimos conversar con él y su hermano sobre el tema. Al parecer, el hermano colaboraba con una escuela donde poder dar la ropa y tras explicárnoslo todo nos dejó decidir si dárselo a él o no. A pesar de que normalmente no nos fiamos ni de nuestro padre, vimos que actuaba de buena fe y era buena gente así que le dimos lo que teníamos y nos lo agradeció muchísimo.
En las ocasiones que hemos llevado cosas a algún país con menos recursos siempre ha sido ropa o material escolar pero nunca dinero. No es que no nos fiemos de las ONG pero preferimos darlo in situ nosotros mismo si hay la posibilidad. En cualquier caso intentamos dárselo a una persona responsable que luego lo distribuya. Sea a quien sea que haya ido a parar esa ropa seguro que la necesitaría, en principio intentamos confiar en el buen hacer del hermano de Kuku.
Dejamos el fuerte y volvimos al mercado, donde las mujeres vendían las hortalizas en los pequeños puestos improvisados en el suelo. Aprovechamos para degustar algún que otro trozo de pastel en una de las tantas pastelerías que hay por la zona. Por 30 INR se puede disfrutar de una deliciosa carga de azúcar, una de las cosas buenas que dejó la influencia inglesa. Poco a poco fuimos realizando más o menos el mismo recorrido hasta Ghandi Chowk, donde la noche anterior había la fiesta. Todavía estaba allí el altar de Ganesh que con la luz del día parecía aún más bonito. Con un poco de reparo ante los allí presentes nos daba respeto entrar y fotografiarlo, pero allí que nos invitaron ante nuestra estupefacción. Más bien al contrario, a estos curiosos indios les enorgullecía que nos gustara fotografiar a su Dios Ganesh y nos invitaron a unos dulces que si bien ni recordamos lo que son, sí que recordamos que estaban buenísimos.
El calor apretaba a límites insospechados y decidimos hacer una paradita en la plaza. A la derecha, una vez se entra a Ghandi Chowk viniendo del centro, está lleno de puestos de zumos naturales. Por 30 INR se puede uno refrescar el gaznate con unos zumos naturales de frutas a escoger buenísimos. Nosotros escogimos un puesto llamado Shivgouri Juice Center con un indio la mar de simpático. Todos tienen unas sillitas a la sombra para tomarte tu preciado zumo tranquilamente. El dueño en cuestión nos hizo las preguntas de rigor que todo indio te hará siempre y seguidamente me invitó a hacerme la foto tras el mostrador. Se sentía orgulloso de su puesto, decía que era el mejor jeje.
Siguiendo con nuestra ruta volvimos hacia atrás una vez más pasando por la Patwon Ki haveli que habíamos visto el día anterior. Vimos una magnífica tienda en una calle perpendicular muy cerca de este edificio donde encontramos los mejores precios en telas de todo el viaje. Sé que lo repetimos pero nos gusta como a todo el mundo que no nos insistan y el matrimonio dueño de esta tienda fue de lo más amable que encontramos, además nos invitaron a chai té calentito allí mismo. Salimos por culpa de Ely con la mitad de la mercancía de la tienda comprada (camisetas, pañuelos, marionetas, bolsos, pantalones…) y le preguntamos donde podíamos encontrar té, sino a precio indio, barato y de calidad. La chica nos llevó por una de las tantas callejuelas a lo que parecía un colmado alejado de las calles más turísticas y nos sacó medio kilo de té masala por 100 INR, muy bueno por cierto. Otra de las compras que se pueden hacer en India en una de las tantas hojalaterías es una cubertería. Por cuatro duros compramos unos platos de thali con sus vasos, cuencos, cubiertos etc…Genial para repetir en casa algunos de los platos de la cocina india.
Para comer nos fuimos al Om restaurant, con una agradable terraza que da justo en frente de la puerta de entrada al fuerte. Si bien tardaron un montón en servir como casi siempre, fue aquí donde probamos por primera vez el Malai Kofta, muy bueno a pesar de que su aspecto no sea de lo más alentador.
Ya por la tarde fuimos en tuk tuk hacia Sunset point, una pequeña colina a las afueras desde donde disfrutar del atardecer con la vieja ciudad y el fuerte de fondo. Al llegar intentábamos buscar un bar con vistas y que por más que buscábamos por la zona no salía. De repente nos topamos con varios niños que venían en nuestra búsqueda en una especie de barriada muy humilde con casas bajas y hechas añicos. Las condiciones de la gente que vivía allí eran de lo peor entre la basura y el abandono.
Cuál fue nuestra sorpresa que nos encontramos con la mujer que el día anterior nos había vendido unas pulseritas en el fuerte y le habíamos hecho unos retratos con la cámara. El mundo es un pañuelo y con una sonrisa nos invitaba a pasar a su casa para presentarnos a la familia. Fue justo en ese momento que entre tanta basura noté un pinchazo en la planta del pie muy agudo (sí con el calor que hacía íbamos en chanclas) y lo primero que me vino a la mente fue que me había pinchado con una jeringuilla, las cuales vimos por los suelos de casi todas las ciudades. Pos suerte al mirarme el pie tan sólo era una rama de zarza pero la herida no paraba de sangrar y tuvimos que medio curarlo como buenamente pudimos.
Arreglado el problemilla la chica nos presentó a toda su familia y nos enseño la humilde casa en la que dentro no había nada. Se trataba de cuatro pequeñas paredes con un hornillo en el suelo y espacio para dormir. Toda la barriada era más o menos lo mismo y otra cosa no habría, pero niños salían por todas partes a curiosear que andábamos haciendo por allí. A todo esto, el marido de la hermana de la india, nos dice que quiere tocarnos música y cuando nos queremos dar cuenta nos saca el instrumento indio de cuerda que se toca al estilo de un violín y se arranca como un poseso a hacer su propio concierto. A nosotros en ese momento se nos había olvidado el porque habíamos llegado hasta ahí y la verdad que no teníamos prisa en irnos. Fue una bonita experiencia compartir un rato con gente tan amable ya que las familias de alrededor también vinieron para hacer como siempre las preguntas de rigor: ¿te gusta India?¿qué vais a visitar?¿de qué trabajas?¿estáis casados?. Es increíble que en pleno siglo XXI puedan haber tantos niños y personas viviendo en estas condiciones y no sólo en la India. Desde aquí nos hemos permitido dedicar estas líneas a toda aquella gente que nos hicieron pasar un rato divertido en la Bhopa Artist Colony. Así es como se llamaba el barrio, uno de los tantos suburbios de este inmenso país.
No sabemos ni como, en lo alto de una pequeña colina cercana a donde estábamos, encontramos el Kaku Café que veníamos buscando en un principio. El sitio en cuestión estaba en reformas ya que, como nos dijo el dueño, lo estaban transformando en un restaurante (a día de hoy ya lo será). En cualquier caso nos dejó sentarnos en la gran terraza que tienen y disfrutar de las vistas del fuerte. Nos tomamos un refresco mientras que ellos seguían trabajando la obra y la sorpresa vino cuando nos cobró 50 INR por lata. Realmente es poco dinero, pero no pagamos eso en ninguno de los días del viaje y menos por ningún tipo de servicio de bar que tuvimos, ya que simplemente estuvimos un rato allí sentados al lado de las obras sin estar tampoco en una mesa o algo parecido. Supusimos que el tío tenía aires de grandeza y se le estaría subiendo todo un poco a la cabeza.
Los dos días en Jaisalmer se nos pasaron volando pero parecía que lleváramos allí toda la vida, al final uno se acaba conociendo las callejuelas tortuosas. Tan sólo nos quedaba dar una vuelta en el silencio de la noche por última vez en el fuerte. Esta ciudad nos maravilló y a pesar de que teníamos que continuar el viaje no nos hubiera importado quedarnos algún día más, pero como siempre los días de vacaciones son los que hay.
Volvimos al hotel y tuk tuk hacia la estación de trenes de Jaisalmer donde teníamos un rato hasta que salga nuestro tren de 3ª clase hasta Jodhpur, de momento todo en orden. Aprovechamos y mientras que bajo del tren para comprar un pica pica, Ely se queda en el vagón con el equipaje. En las tiendas de la estación pierdo todo el tiempo del mundo en hacerme fotos con todo el que se acerca ya que no sabemos dar un no por respuesta. Cuando me quiero dar cuenta volviendo hacia el vagón, este se pone en marcha y yo cargado con un montón de bolsas de patatas subo como puedo. La cara de Ely es todo un poema, ya se veía sola ante el peligro y yo perdido! Nos echamos unas risas e intentamos dormir, esta vez nos toca en el compartimento de seis y no en el pasillo. Cucaracha va y viene y nos pasamos un rato tapando agujeros porque el tren está llenito. Intentas cerrar los ojos en tu habitáculo pero de repente ves en la pared puntos negros que se mueven, la sensación no es muy agradable la verdad… Finalmente, saludamos al ratón Ruperto que por allí pasa y nos dormimos.
Chicos! Me manda recuerdos Tony de kuku café de jaisalmer…. Se acuerda de lo de la ropa que donasteis y todo… Gracias!
Kukus coffee shop
Hola Jesús! Ostras que recuerdos en Jaisalmer… Qué grande que se acuerde de nosotros la verdad. Esperamos que te lo hayas pasado bien en tuu viaje por India, un país muy especial.
Saludos!
Robert y Ely
Hola !!! Solo por curiosidad, en Jaisalmer únicamente cogistéis una noche en el hotel? Si es así, os pusieron algún impedimento para dejar allí el equipaje?
mil gracias por toda la ayuda que ofrecéis!
Hola Juan! Pues si no recordamos mal dormimos dos noches. De todas maneras no te pondrán problema por dejar el equipaje allí, se adaptan a todo. Incluso en Bikaner dormimos una media jornada en una habitación y nos dejaron sin problema.
Un saludo!
Robert y Ely